Un día maravilloso, de esos de un cielo azul, con un brillo de sol
danzante, Dios se acercó a un grupo de ángeles, quienes jugaban al son de unas dulces
melodías, en un universo deslumbrante. Cantó con todos ellos, bailó con todos ellos,
y los tomó a todos de sus manos, deseándoles la mayor bendición en ese día memorable...
Casi al terminar la algarabía de la celebración, de una fiesta que dio más
luz al radiante sol, un pequeño ángel del grupo se acercó tímidamente al Señor,
para preguntarle acerca de la vida terrenal, de los niños y de las niñas, de
las madres, y de todos aquellos señores mayores, que miran fervientemente a ti
Señor, y piden por ti, y piden por ellos, y piden por los suyos, y cantan, y
lloran, y a veces mueren, sin dejar de creer en ti Señor...
Dios agraciadamente le dijo lo siguiente: “En ese mundo terrenal, allá
todos son mis hijos, todos son mi rebaño, todos son quienes reciben y dan amor,
todos son seres admirables, todos son seres únicos, porque todos nacen, crecen
y mueren, siempre recibiendo la bendición del amor”...
Y el ángel curiosamente le vuelve a preguntar: “Y nosotros, tus ángeles que
cantamos, bailamos, celebramos y siempre estamos aquí contigo, también ¿somos
tus hijos, tu rebaño, y recibimos siempre tu amor y bendición?...
Dios cálidamente le dijo lo siguiente: “En el universo, en todos los
cielos, en este bello paraíso, todos ustedes son mis hijos, son mi rebaño, son
mis fervientes ángeles, que cuidan y protegen, a esos niños y niñas, a esas
madres, y a esos señores, quienes necesitan igualmente de mi amor, por tanto
siempre han de recibir mi amor y mi bendición”...
Entonces el ángel nuevamente le dice al Señor: “Entonces nosotros podemos
ir con ellos, unirnos a su celebración, cantar, bailar y bendecir con oraciones
de amor”. “Si es así, ¿Por qué nosotros estamos aquí, y ellos están allá
abajo?...
Dios entonces le contestó: “Querido ángel, todos en este universo mágico y
asombroso, tenemos una labor de honor”. “Ustedes son la pureza divina, son la
esencia de mi amor angelical, ustedes cuidan y protegen desde aquí, y a veces
desde allá mismo, a esos seres indefensos, a esos seres nobles, a esos niños y
niñas, que llegan a ese mundo, para cumplir con una labor”. Así como la tuya,
la de tus hermanos y hermanas, las de ellos, y la mía propia...
Y el ángel entonces le hizo una petición: “Querido Maestro, mi Señor, yo
deseo compartir mi celebración al lado de alguien quien allá abajo, necesite de
muchas bendiciones y de mucho amor. ¿Tú puedes concederme esa labor? ¿Tú me das
el permiso de ir hasta allá, como tu representante del amor? ¿Tú me das la
bendición?...
Dios, creador de todo lo que está en el cielo, en la tierra, en el universo
y más allá de nuestra percepción, quien todo lo puede, quien todo lo da, quien
con mucho amor, siempre concede cualquier petición, le dijo lo siguiente: “Amado
ángel, te concedo esa loable labor, te doy mi humilde bendición, te pido
entonces por favor, cuida, protege, ama y orienta a una bella niña, quien llegó
a ese mundo imperfecto, pero lleno de mucho candor y color, con ganas de llegar
a ser alguien mucho mejor. Una niña quien nació en el mes de Diciembre, en el
año del Señor, gracias al amor de su bella madre, al amor concedido de su amado
padre, por el mismo amor de su floreciente condición, y le dieron por nombre Sophia,
una Princesa de un reino humilde pero de una gran tradición”...
Y el ángel agradecido por su designación, beso la mano del Maestro, pidió una
vez más su bendición, Dios lo besó en su mejilla, y entonces el ángel partió rumbo
a ese viaje, hasta el mundo terrenal, para dar amor, cuidar y proteger, llevar
de su mano, y evitar que en ese mundo imperfecto, puedan atentar contra la
tierna y bella vida, de esa Princesa llamada Sophia, por quien entonces ella
tendrá su total protección...
Y de esta manera comenzó la tierna historia, de apenas unos meses de
iluminación, entre un ángel del cielo llamado “Lucero” y una Princesa de las
tierras andinas llamada Sophia. En la siguiente historia, contaremos más acerca
de sus aventuras y de sus enseñanzas, en este mundo imperfecto, pero lleno de
mil y una emoción...
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