Capítulo VIII – Sortilegios y encuentros de un pasado,
en un presente (IV parte) ...
Los atuendos de las jóvenes
estaban siendo delicadamente ajustados en el taller, de acuerdo a lo
establecido en el Palacio Imperial. Las joyas estaban en manos del discípulo
del maestro, con la finalidad de afinar los últimos detalles, en cuanto ha pulido
y correcciones, sobre esas imperfecciones apenas visibles en cada una de los accesorios.
Todo debía estar perfecto. Esa era la tradición. La presentación formal ante
los aspirantes para pedir la mano de las jóvenes, debía ser una ceremonia
perfecta, bajo las costumbres de afianzar las alianzas familiares, y la
perpetuidad de la monarquía del Imperio, eso era esencial y vital. Y los
designios del amor y el romance, solo quedaban en un segundo plano, si fuese el
caso. Las mujeres debían acatar las decisiones de sus hombres, y cumplir con
las tradiciones culturales. Servir y atender sus hogares, criar a los hijos y
descendientes, quienes serian los futuros monarcas, para así continuar el
legado de sus antepasados y valores ancestrales. Sin embargo la Princesa no
compartía esa parte de las tradiciones. Y menos luego de haber tenido ese encuentro
mágico con ese joven, por quien plasmaba ya en sus pensamientos y alma, la
idealización de un amor idílico, mágico y sublime, jamás concebido por nadie hasta
ese momento...
El joven orfebre apenas lograba cerrar
sus ojos para dormir. En su mente, su alma y corazón, desdibujaba lentamente los
impactantes ojos de esa bella Princesa. No podía pensar en otra cosa. Al punto
que en ocasiones, salía en altas horas de la noche, a caminar callado muy cerca
del Palacio Imperial, evitando ser visto por los guardias, o por personas
cercanas al Emperador. Siempre con la esperanza de ver a su amada, aunque fuese
desde lejos, a través de alguna de las ventanas del Palacio. Su alma y corazón,
le enviaba mensajes constantes, como el flujo de sangre circundante por su
cuerpo. Su mente únicamente tenía dibujado el rostro de esa hermosa chica, su
silueta, su figura, su mirada extrañamente adictiva, por quien hasta la vida él
estaba dispuesto a dar, a cambio de esa felicidad que ella le proporcionaba con
solo mirarlo. Era magia, era un volcán en erupción a punto de explotar, era la
sensación de algo inexplicable, era el motivo jamás antes pensado o imaginado,
era la tentación sobre lo prohibido, y era el momento de intentar absolutamente
todo, por llevarla a un destino escrito e incierto, pero que estaba forjando en
ese momento. Era simplemente ese amor puro, sincero y noble, surgido por un
encuentro no forzado, no previsto, y no buscado. Quizás la conspiración del
universo, los llevó a ambos a ese encuentro. Un encuentro que estaba encausado
a convertirse en la historia jamás contada, de dos seres de condiciones
diferentes, por quien en el transcurso de los años, de décadas, y de las
sociedades futuras, sería la leyenda de un gran amor, que pasaría más allá de los
siglos, y surgiría nuevamente en un tiempo perfecto, para su posible redención
y culminación...
Habían transcurrido apenas tres
días, desde esa última vez cuando ambos lograron de manera discreta, mirarse
directo a los ojos. Era extraño, pero ambos sentían al mismo tiempo, las
sensaciones de ausencia y de ansiedad al unísono. El maestro en el taller
comenzó a notar que su discípulo y protegido, se aislaba a otro espacio, aun
cuando físicamente estaba presente en el taller. A veces intentaba hablarle
para distraerlo y regresarlo al presente, pero era como si el chico se
transportase a otro lugar. Y solo tenía dedicación casi absoluta a los flamantes
anillos de las serpientes. Una pieza única hasta ahora, solo hecha por un ser
humilde, para un bello ser genuino. Jamás ambos llegarían a imaginar la trascendencia de ese furtivo
encuentro, sus consecuencias, y los
designios que les tenía preparado el universo...
Por otro lado la Princesa no era
una chica extrovertida. Contrariamente, siempre fue muy reservada, obediente y cuidadosa,
de una inteligencia algo sobresaliente, solo mostrada a su confidente amiga.
Habían dos personas con las cuales a menudo confiaba ciertas cosas de su
intimidad. Su prima y hermana, quizás por ser criadas juntas, contemporáneas, y
por tener las mismas inquietudes, pero solo hasta ciertos aspectos. Y la otra
era su devota y gran amiga y confidente, quien la ha cuidado desde muy pequeña,
como su inseparable institutriz. Una mujer quien enviudo muy temprano, motivado
a las guerras permanentes entre su pueblo. Su esposo, era un fiel guerrero,
leal al actual Emperador, cuando en esos años, solo eran compañeros de batallas
y de andanzas. Este fue muerto durante una emboscada, en esas incursiones por
territorios, al intentar salvar la vida de su mejor amigo, el actual Emperador
para ese momento. Luego de eso fatídico día, su gran amigo asumió cuidar de su
única familia, la esposa que enviudó en ese momento. No dejaron hijos. Pero
cuando la niña llegó al Palacio Imperial al asumir poder el Emperador, ella
dedicó su vida integra al cuidado de esa pequeña Princesa. Entonces el
Emperador accedió, así como su devota madre también, quién así lo hizo. Es
parte de esa breve historia de una pequeña niña, quien por los misteriosos
designios del universo, estuvo mágicamente protegida por un poder divino, más
allá de la interpretación de los dioses y de las constelaciones, quienes rigieron
las vicisitudes de esa civilización...
La Princesa y la Institutriz
desarrollaron una relación muy intrínseca. A tal punto que cualquier aspecto
vinculado con sus sentimientos, sueños y deseos, eran ampliamente conocidos por
ella. Supo desde el principio, cuando pudo ver esas miradas cruzadas entre estos
jóvenes, en ese encuentro fortuito en el Palacio Imperial, que estaba algo escrito
en el destino de ambos. Eran esos misterios del universo. Una fiel devota a las
creencias de un poder sobrenatural, de esos amores de ilusión, por quien ella
amó y continua devota profundamente a su esposo, a pesar de su muerte. Ella
cree que se encontrará nuevamente con él, en algún tiempo más allá de su
comprensión. Esa era su confidente, su madre complementaria, y su gran amiga. La
persona más cercana en su corta vida, quien compartía el significado del amor y
del romance, fuera de las costumbres y tradiciones culturales de su civilización.
Todo estaba conjugado, lentamente concatenado en el tiempo. La Princesa llegó a
esta vida, para transformar su propia historia, la de su familia, la de su
pueblo, y dejar como testigo omnipresente, algo que va más allá de cualquier
otra interpretación. El amor se encargaría de su destino y de su propia historia...
Una noche de esas al escabullirse
discretamente el joven desde su habitación, intentando ver a su doncella en la
ventana del Palacio, y bajo una luna llena intensa en un cielo estrellado,
escuchaba sutilmente el susurro del viento gélido. Él estaba agazapado y con
frío en la penumbra, con su mirada perdida hacia la inmensidad del nocturnal,
oraba y hablaba con los dioses, intentando aplacar su ansiedad y sentir a su
alma gritar, por la necesidad de aunque fuese solo mirar a su noble Princesa, y
saciar un poco esa sed, por estar a su lado y huir juntos lejos de este territorio...
La Princesa se encontraba algo
inquieta, no lograba conciliar sueño. Todos dormitaban en Palacio, solo los
guardias custodiaban las entradas y flancos del mismo. Sin embargo ella conocía
perfectamente los lugares donde nadie podía sospechar de sus andanzas, salvo la
institutriz, quien conocía muy bien sus travesuras desde muy niña. Pero ella se
encontraba dormida en la habitación contigua. Entonces decidió hacer una de las
suyas, y salió descalza de su habitación, sin ocasionar ruido alguno. Todo estaba
en penumbra, solo por los pasillos principales, las antorchas iluminaban las
áreas de transición mínimas. El piso todo construido con lajas de piedra y un
mortero rojizo a base de arcilla, se encontraba bastante frío, dada las
circunstancias del clima en esa época del año, muy a pesar de la cercanía del
solsticio de verano, donde las noches se hacían más frías que de costumbre. Sin
embargo se fue a su pequeña aventura por una corazonada del destino, sin saber
lo que le estaba aguardando esa decisión, pero algo ella presentía, era su
destino...
Mientras deambulaba muy sigilosa
por los pasillos del Palacio, pudo ver desde uno de los patios al interior, una
luna resplandeciente y una estrella fugaz pasar. Se detuvo momentáneamente, le
miró desaparecer en la oscuridad de la noche, quedándose pensativa por unos
segundos. De pronto sintió un susurro extraño a su espalda, volteo
intempestivamente... Nadie estaba, su corazón latía a mil pulsos, sus pupilas
se dilataron, y su ansiedad la estaba asfixiando, hasta que volvió a la calma.
Miró a todos lados, percatándose que nadie la había estado acechando, tal vez
ella pensó que eran sus mismos nervios, pero realmente no era así...
Y… de regreso al bosque, el
cansancio por el transitar por toda el área cercana al lago y a través de la
espesura de los árboles, esto lo agotó al punto que decidió juntar unas cuantas
ramas de abetos, creando una especie de colchón natural. Las colocó sobre un
área muy cerca del lago. Todo se mantenía en calma y un silencio muy natural,
pensaba que podía ser cerca de la medianoche, y era necesario descansar. No
había comido nada en más de cuarenta y ocho horas, salvo las grosellas
encontradas en los matorrales, y el agua del mismo lago, para saciar un poco la
sed. Mañana regresaría al kayak para retornar al otro lado del bosque, y regresar
nuevamente a la ciudad. Había conseguido algo importante, una pieza tal vez
invaluable, muy a pesar de los sortilegios y encuentros extraños con esa luz,
quien lo ha traído hasta estos parajes. Miraba la joya detalladamente, y meditaba
acerca de esa misteriosa mujer, quien deambulaba por el bosque, sin saber la
razón, sin entender porque su repentina aparición, y si esto tenía que ver con la joya encontrada
en el lago...
Pero la misteriosa mujer desde un
lugar poco visible, lo acechaba sigilosamente, solo esperando por su dormitar,
sabía que estaba cansado y que necesitaría caer en ese profundo sueño
nuevamente, para acercarse tanto a él como lo ha hecho en los últimos años, y
ahora más de lo que antes no pudo ser, intentando así ver de cerca su rostro. Aun
fuese durmiendo y evitando cualquier ruido que le permitiese aun despertar. Todavía
no era el momento. Era necesario todo lo que hacía, por fin el tiempo perfecto
estaba por llegar a ella. Habían sido muchos, muchos los años a la espera por
salir de su laberinto. Un cautiverio que ha sido a lo largo de muchos años, una
dulce tortura, y una esperanza eterna para nuevamente volver a estar a su lado
una vez más, y quizás en esta oportunidad, seria para siempre...
Cumpliendo así el presagio de la sabía
profetiza, quien a lo largo de tantos años, la ha mantenido a ella, entre el
mundo real y actual, y un mundo paralelo, espiritual y universal. No muerta, no
viva, solo en espera de su ansiedad divina, en espera de su destino previsto,
escrito en la piedra del montículo de sacrificios, en el templo religioso y
extinto hoy día a la luz visible de los hombres, pero oculto aún entre la
espesa y profunda selva montañosa. Fue en aquella noche del solsticio de
verano, mucho antes de volverse todo nublado y confuso, a causa de esa cruel e
inútil batalla improvisada por alterar el equilibrio reinante. Se propicio el
caos y la ferviente lucha de poder entre su tío el Emperador, con el grupo más
allegado a su entorno. Todo por ansias de poder, todo por apoderarse en ese
momento del trono y del control del Imperio. Todo estaba escrito había dicho la
profetiza a su Emperador, pero este se negó a creer en sus palabras...
Sin embargo la profetiza también previamente
se había visto antes con las dos Princesas. Era parte de los rituales, era una
costumbre religiosa el profetizar y ver los caminos de las futuras esposas,
para así alertar de los peligros y de los demonios presentes, quienes de manera
permanente, tentaban a los inocentes fieles a cruzar la línea entre el bien y
el mal. Se reunió en privado con cada una de ellas. Las vio a los ojos y les
dijo a cada una en secreto, algo que definiría sus vidas a partir de ese
momento. Fue así como las jóvenes decidieron posteriormente para la
presentación familiar, cambiar de atuendos, de joyas y de arreglos, con la
excepción que la sobrina del monarca, mantendría la joya realizada para ella, “el anillo de las serpientes”, y sería
esa única y especial pieza quien los mantendría unidos por siempre, a partir de
ese instante...
Muy cerca estaba desvelar el
misterio, y era el momento de preparar justamente ese encuentro...