Cual compinchero bonachón, parrandero y jugador, la vida tomó algunos
caminos intensos, de subidas y de bajadas, de paseos languidecentes, hasta de
esos de mucho calor, para dejar en su corazón inmenso, mil lecciones aprendidas,
de mucho humor, del primer amor y también de redención. Son anécdotas y son cuentos,
de esos momentos de alegría y de parranda, cuando en su juventud tocó, de
fiestas en fiestas, de botellas y botellas, de mil y una borracheras, este
sainete dio de que hablar, dio de que ventilar, entre murmullos, chismes y
correrías de pasillos por cualquier corredor. Aprendió a bailar como el mejor
de su calle, el de su barrio y el de su tiempo, fue aquella chica, aquella hermosa
adolecente, quien lo motivó a intentar, aprender el arte de la danza de la
calle, de la salsa, del bolero de medianoche, del merengue y del roce
permanente, entre hebillas y cinturones de cuero ardiente, para luego caer en
besos apasionados y calientes, en las madrugadas de esos fines de semana
candentes, eran las fiestas de quincena, eran la coronación del mejor...
Ha sido entre muchas letras, entre muchos libros de todo tipo, con un
apetito locuaz por aprender, por saber, por conocer, de todo aquello que lo
animaba, lo motivaba y lo estimulaba, a entender parte de esa etapa de vida,
parte de lo que a su alrededor se avivaba, día tras día, noche tras noche,
entre algunos peligros, entre algunos riesgos, entre bonches y fiestas, entre
la calle y la escuela, luego en la secundaria y la universitaria vida, fue como
inicio su larga caminata, ese andariego que saboreo los platos de aquellos
días, algunos de hambre y otros de mucha comida, y nunca dejo de bailar, nunca
paro el zarandeo, la rumba y la parranda, porque eso, eso lo mantenía cuerdo,
entre una línea muy delgada, entre la locura y la vida misma, esa que todos
aparentaban, y él, él hacía que todos pensaran, era igual, era lo mismo, pero
se equivocaban, solamente aprendía cada día, de las bufonadas y de las
realidades, de las fantasías y de las trivialidades, de aquellos que no
soñaban, de los que aparentaban disfrutar de las rumbas y de las banalidades,
de la vida ordinaria que vivieron algunos, y la que vivió él, hasta más no
poder, hasta a escondidas, con doble y hasta triple vida, pero muy rica y
divina, al sabor de la rumba, al candor de las noches, y al paso del perro, que
anda de caza, en cada puerta, en cada bocanada, de ladridos y de humor,
sonriendo y riendo, al son de un rico tambor...
Fue una de esas rumbas, una de esos viernes de quincena, en el apartamento
de un gran pana, una parranda armada durante la semana, donde hubo mucho ron,
limón, hielo y un buen zarandón, muchas guapetonas, muchas chicas de fiestas, esas
de pantalones apretados, de minifaldas, con escotes y aromas a mujer con ganas,
de moverse en esa noche, al calor de las canciones, de la salsa y del bolero de
medianoche, y no faltaba nunca, el borracho de la noche, ese que ponía la
payasada, se caía de la pea, hablaba y hablaba, hasta que ya no lo aguantaban,
y dormido se quedaba, por no controlar su adicción, a la farra, a la alegría y
a las bufonadas, de una noche celebre, bien colmada de placer, de sentir y de
vivir esa gran vida de adolecente…
Pero esa niña acaramelada, esa de cabello recogido, trenzado, claro oscuro,
de pechos exuberantes, de jeans apretados, y una blusa blanca con nudo en la
parte baja, de escote llamativo, de mirada muy discreta, pero de faena y
estocada, y esa era para el andariego, ni pa´que entrar en discusión, fue el
momento de salir a torear, a capotear y maniobrar, como el mejor torero de la
noche, con la destreza del mejor mataor...
Y la niña acaramelada opuso resistencia, era de esperar, desde su llegada,
desde su entrada, miraba con altura, se hacia la dura, se hacia la guapa,
porque ella sabía, cuanto tenía en su embestida y cuanto valoraba su bravura,
como gran mujerón. Todos la miraban, todas la deseaban, todos le caían, pero
ella ahí, férrea, apostada con su gran presencia, sabía cuando era el momento,
sabía cuando manipular la ocasión, y el andariego solo miraba, estudiaba,
analizaba y buscaría atacar, en el momento oportuno, porque todo llega, cuando todo
tiene que llegar, así era, así es y así siempre será...
Y aunque todos buscaban arrimar el bingo al montón, solo a la perla de ese
río vivo, había que llegar muy cerca de ese montón, solo para quedarse con la
reina de la noche y bailar todo el rumbón, hasta la hora del bolero, hasta esa
medianoche que entre palo y ron con limón, se alebrestaban en ese bello
nocturnal, con mucho aliciente y con mucho sabor, y capoteo cual diestro
mataor, cual torero del mejor cartel para la ocasión, preparó el terreno,
alistó su danzón, arrimó pacientemente al mingo, su perla oculta bajo su
pantalón y sacó a bailar a la niña, al calor del tambor, al calor de la rumba,
de la salsa y de esas melodías que enervan la sangre, y que irradian aromas de
rojo color, eran tal para cual, era la noche para los dos, se desposaron sin
condición, bailaron de lo mejor, se conocieron entre pista y pista, y los demás
solo veían con desilusión, burdas intenciones, de usurpar al mataor, pues no
hubo chance, no hubo como sacar del juego al bailaor, pues realmente era bueno,
en lo que había aprendido para esa gran ocasión...
Y entre tragos de ese divino ron, de agua miel con limón, algunas ramas de
yerbabuena y bastante hielo al clamor del calor, ellos cruzaron miradas,
intercambiaron momentos, charlaron de todo un poco, de lo que se habla en esos
eventos, de lo que quieres dejar al galantear una hembra de ese color, entre
roces de pecho, entre roces de pantalón, entre susurros al oído y risas jocosas
por mantener viva esa noche de amor, llegaría pronto la medianoche y entraría
el juego único, para aquellos que jugaron a cuadro cerrado, a aquellos que
purgaron la noche y atinaron su bella reina, a la luz de la media noche, porque
comenzarían los boleros, las tonadas suaves, los ricos besos y susurros entre
los ganadores de esa fiesta, y los demás solo les quedaría, hablar afuera,
entre trago y trago, de otras vainas que no tienen que ver con notas de amor...
Fue una perdición, fue una tortura sin condición, fueron boleros y tonadas
de un romántico sueño, de una embriagada noche de baja luz y de poco color, al
calor de la madrugada, al calor del danzón, al calor de los roces, de pieles
candentes, de besos ardientes, de promesas, de elecciones y lecciones, de
momentos, de esa experiencia jovial, de los sueños de un joven mataor, y de una
niña caramelo, por quien su corazón explotó, enamorados de la noche, enamorados
de la ocasión, de miradas fascinadas y de aromas con sabor a melocotón, que
entre tragos y tragos, ambos entraron en la penumbra, ambos corrieron
instantes, de sublime emoción y de candor, de anhelos y de ilusión, prometiéndose
esos amores, esos que no se olvidan, esos que se avivan, en la silueta de una
bella noche, como nunca antes volverían a vivir los dos en sumisión...
Y nuestro gran amigo el embriagado de licor, el borracho de la ocasión,
tendido largo a largo, en el sofá gigante del salón, muerto de la pea, con un
ojo abierto, la camisa por fuera, despeinado hasta la médula, pintado como loca
en ese rumbón, por haberse quedado dormido, y por haber cruzado la línea, entre
la lucidez y la alegría, contra la locura y la perdición. Los demás solo reían,
solo se burlaban, era el bufón de la noche, el charlatán aguantador, que no
llegó a la madrugada, no aguantó esa ocasión, y solo quedó para la burla, solo
quedó para los cuentos del día siguiente, esos de corredor, en el liceo, en la
cuadra del barrio, y en el campo de juego, cuando todos se veían, simplemente
porque nos tocaba jugar el partido, el juego donde todos éramos, los sainetes
del barrio, los chicos de la juerga, los reyes de la noches, en aquellos bailes
de salón, donde coronábamos las reinas de la noche, donde cumplíamos nuestro
destino, nuestras lecciones, nuestros caminos de vida, y nuestro paso por esa
etapa de una edad con honor, sin rollos, sin ataduras, sin pretensiones de
señores, ni de oligarcas de oficio, ni de bohemios tontos habladores de
ilusión, éramos los reyes, éramos los héroes de esos cuentos, de esas noches de
color, de bailaores de salsa, de boleros y de tambor, soñadores inocentes,
aprendices de un montón, que dejaríamos nuestra huella, por ese mundo lleno de
color, donde hubo mucho ron, miel y limón, roces de pantalones, besos
abrazadores, y promesas al calor de una pasión...
Fue una época divina, fue una era de inocente pasión, fueron reyes y
reinas, los héroes de esas noches de ilusión, quienes al calor de la música, al
son de la salsa, del bolero y de ese rumbón, aprendieron mil lecciones,
comenzaron a vivir de esas noches de amor, salían las palabras, los pico e
‘plata y los soñadores romanticones de corazón, la vestimenta e indumentaria,
era valiosa para esa ocasión, y el paso de bailaor era muy importante para cualquier
coronación, nadie iba con alguien, quien sin destreza capoteaba la perla en
ebullición, cuentos van, cuentos vienen, risas van, y risas vienen, aprendieron
de jovencitos, a lidiar sus momentos de amor, tal vez inocentes, quizás de
ilusión, pero así se aprende en la vida, cruzando mil palabras, bebiendo
algunos tragos de burdo ron, con coca cola, miel o limón, cuba libre, o
aguardiente era lo de esa ocasión, fueron esos boleros, fueron esas peas,
fueron esas fiestas, fueron esos interludios, fueron mil palabras, que aprendió
el sainete bailaor, quien dio inicio a sus cuentos, quien aprendió momentos de
emoción, y entendió las fantasías y realidades, de vivir la vida, tal vez en
libertad, o quizás alrededor de una sociedad burda y fresca, al calor de su
pasión...
Más adelante seguiré con algunas anécdotas, algunas historias, algunos
cuentos, por esos caminos, por esas aventuras, de alegrías y tristezas, de
sonrisas y de penas, algunas nuestras, y otras ajenas, pero que dejaron una
huella, en mil caminos, por donde la vida nos lleva, buscando mil y un destinos,
buscando ese algo llamado Amor...