viernes, 23 de septiembre de 2016

Entre boleros, fiestas de quincena y rumbón, con borracheras y cualquier perdición…



Cual compinchero bonachón, parrandero y jugador, la vida tomó algunos caminos intensos, de subidas y de bajadas, de paseos languidecentes, hasta de esos de mucho calor, para dejar en su corazón inmenso, mil lecciones aprendidas, de mucho humor, del primer amor y también de redención. Son anécdotas y son cuentos, de esos momentos de alegría y de parranda, cuando en su juventud tocó, de fiestas en fiestas, de botellas y botellas, de mil y una borracheras, este sainete dio de que hablar, dio de que ventilar, entre murmullos, chismes y correrías de pasillos por cualquier corredor. Aprendió a bailar como el mejor de su calle, el de su barrio y el de su tiempo, fue aquella chica, aquella hermosa adolecente, quien lo motivó a intentar, aprender el arte de la danza de la calle, de la salsa, del bolero de medianoche, del merengue y del roce permanente, entre hebillas y cinturones de cuero ardiente, para luego caer en besos apasionados y calientes, en las madrugadas de esos fines de semana candentes, eran las fiestas de quincena, eran la coronación del mejor...

Ha sido entre muchas letras, entre muchos libros de todo tipo, con un apetito locuaz por aprender, por saber, por conocer, de todo aquello que lo animaba, lo motivaba y lo estimulaba, a entender parte de esa etapa de vida, parte de lo que a su alrededor se avivaba, día tras día, noche tras noche, entre algunos peligros, entre algunos riesgos, entre bonches y fiestas, entre la calle y la escuela, luego en la secundaria y la universitaria vida, fue como inicio su larga caminata, ese andariego que saboreo los platos de aquellos días, algunos de hambre y otros de mucha comida, y nunca dejo de bailar, nunca paro el zarandeo, la rumba y la parranda, porque eso, eso lo mantenía cuerdo, entre una línea muy delgada, entre la locura y la vida misma, esa que todos aparentaban, y él, él hacía que todos pensaran, era igual, era lo mismo, pero se equivocaban, solamente aprendía cada día, de las bufonadas y de las realidades, de las fantasías y de las trivialidades, de aquellos que no soñaban, de los que aparentaban disfrutar de las rumbas y de las banalidades, de la vida ordinaria que vivieron algunos, y la que vivió él, hasta más no poder, hasta a escondidas, con doble y hasta triple vida, pero muy rica y divina, al sabor de la rumba, al candor de las noches, y al paso del perro, que anda de caza, en cada puerta, en cada bocanada, de ladridos y de humor, sonriendo y riendo, al son de un rico tambor...

Fue una de esas rumbas, una de esos viernes de quincena, en el apartamento de un gran pana, una parranda armada durante la semana, donde hubo mucho ron, limón, hielo y un buen zarandón, muchas guapetonas, muchas chicas de fiestas, esas de pantalones apretados, de minifaldas, con escotes y aromas a mujer con ganas, de moverse en esa noche, al calor de las canciones, de la salsa y del bolero de medianoche, y no faltaba nunca, el borracho de la noche, ese que ponía la payasada, se caía de la pea, hablaba y hablaba, hasta que ya no lo aguantaban, y dormido se quedaba, por no controlar su adicción, a la farra, a la alegría y a las bufonadas, de una noche celebre, bien colmada de placer, de sentir y de vivir esa gran vida de adolecente…

Pero esa niña acaramelada, esa de cabello recogido, trenzado, claro oscuro, de pechos exuberantes, de jeans apretados, y una blusa blanca con nudo en la parte baja, de escote llamativo, de mirada muy discreta, pero de faena y estocada, y esa era para el andariego, ni pa´que entrar en discusión, fue el momento de salir a torear, a capotear y maniobrar, como el mejor torero de la noche, con la destreza del mejor mataor...

Y la niña acaramelada opuso resistencia, era de esperar, desde su llegada, desde su entrada, miraba con altura, se hacia la dura, se hacia la guapa, porque ella sabía, cuanto tenía en su embestida y cuanto valoraba su bravura, como gran mujerón. Todos la miraban, todas la deseaban, todos le caían, pero ella ahí, férrea, apostada con su gran presencia, sabía cuando era el momento, sabía cuando manipular la ocasión, y el andariego solo miraba, estudiaba, analizaba y buscaría atacar, en el momento oportuno, porque todo llega, cuando todo tiene que llegar, así era, así es y así siempre será...

Y aunque todos buscaban arrimar el bingo al montón, solo a la perla de ese río vivo, había que llegar muy cerca de ese montón, solo para quedarse con la reina de la noche y bailar todo el rumbón, hasta la hora del bolero, hasta esa medianoche que entre palo y ron con limón, se alebrestaban en ese bello nocturnal, con mucho aliciente y con mucho sabor, y capoteo cual diestro mataor, cual torero del mejor cartel para la ocasión, preparó el terreno, alistó su danzón, arrimó pacientemente al mingo, su perla oculta bajo su pantalón y sacó a bailar a la niña, al calor del tambor, al calor de la rumba, de la salsa y de esas melodías que enervan la sangre, y que irradian aromas de rojo color, eran tal para cual, era la noche para los dos, se desposaron sin condición, bailaron de lo mejor, se conocieron entre pista y pista, y los demás solo veían con desilusión, burdas intenciones, de usurpar al mataor, pues no hubo chance, no hubo como sacar del juego al bailaor, pues realmente era bueno, en lo que había aprendido para esa gran ocasión...

Y entre tragos de ese divino ron, de agua miel con limón, algunas ramas de yerbabuena y bastante hielo al clamor del calor, ellos cruzaron miradas, intercambiaron momentos, charlaron de todo un poco, de lo que se habla en esos eventos, de lo que quieres dejar al galantear una hembra de ese color, entre roces de pecho, entre roces de pantalón, entre susurros al oído y risas jocosas por mantener viva esa noche de amor, llegaría pronto la medianoche y entraría el juego único, para aquellos que jugaron a cuadro cerrado, a aquellos que purgaron la noche y atinaron su bella reina, a la luz de la media noche, porque comenzarían los boleros, las tonadas suaves, los ricos besos y susurros entre los ganadores de esa fiesta, y los demás solo les quedaría, hablar afuera, entre trago y trago, de otras vainas que no tienen que ver con notas de amor...

Fue una perdición, fue una tortura sin condición, fueron boleros y tonadas de un romántico sueño, de una embriagada noche de baja luz y de poco color, al calor de la madrugada, al calor del danzón, al calor de los roces, de pieles candentes, de besos ardientes, de promesas, de elecciones y lecciones, de momentos, de esa experiencia jovial, de los sueños de un joven mataor, y de una niña caramelo, por quien su corazón explotó, enamorados de la noche, enamorados de la ocasión, de miradas fascinadas y de aromas con sabor a melocotón, que entre tragos y tragos, ambos entraron en la penumbra, ambos corrieron instantes, de sublime emoción y de candor, de anhelos y de ilusión, prometiéndose esos amores, esos que no se olvidan, esos que se avivan, en la silueta de una bella noche, como nunca antes volverían a vivir los dos en sumisión...

Y nuestro gran amigo el embriagado de licor, el borracho de la ocasión, tendido largo a largo, en el sofá gigante del salón, muerto de la pea, con un ojo abierto, la camisa por fuera, despeinado hasta la médula, pintado como loca en ese rumbón, por haberse quedado dormido, y por haber cruzado la línea, entre la lucidez y la alegría, contra la locura y la perdición. Los demás solo reían, solo se burlaban, era el bufón de la noche, el charlatán aguantador, que no llegó a la madrugada, no aguantó esa ocasión, y solo quedó para la burla, solo quedó para los cuentos del día siguiente, esos de corredor, en el liceo, en la cuadra del barrio, y en el campo de juego, cuando todos se veían, simplemente porque nos tocaba jugar el partido, el juego donde todos éramos, los sainetes del barrio, los chicos de la juerga, los reyes de la noches, en aquellos bailes de salón, donde coronábamos las reinas de la noche, donde cumplíamos nuestro destino, nuestras lecciones, nuestros caminos de vida, y nuestro paso por esa etapa de una edad con honor, sin rollos, sin ataduras, sin pretensiones de señores, ni de oligarcas de oficio, ni de bohemios tontos habladores de ilusión, éramos los reyes, éramos los héroes de esos cuentos, de esas noches de color, de bailaores de salsa, de boleros y de tambor, soñadores inocentes, aprendices de un montón, que dejaríamos nuestra huella, por ese mundo lleno de color, donde hubo mucho ron, miel y limón, roces de pantalones, besos abrazadores, y promesas al calor de una pasión...

Fue una época divina, fue una era de inocente pasión, fueron reyes y reinas, los héroes de esas noches de ilusión, quienes al calor de la música, al son de la salsa, del bolero y de ese rumbón, aprendieron mil lecciones, comenzaron a vivir de esas noches de amor, salían las palabras, los pico e ‘plata y los soñadores romanticones de corazón, la vestimenta e indumentaria, era valiosa para esa ocasión, y el paso de bailaor era muy importante para cualquier coronación, nadie iba con alguien, quien sin destreza capoteaba la perla en ebullición, cuentos van, cuentos vienen, risas van, y risas vienen, aprendieron de jovencitos, a lidiar sus momentos de amor, tal vez inocentes, quizás de ilusión, pero así se aprende en la vida, cruzando mil palabras, bebiendo algunos tragos de burdo ron, con coca cola, miel o limón, cuba libre, o aguardiente era lo de esa ocasión, fueron esos boleros, fueron esas peas, fueron esas fiestas, fueron esos interludios, fueron mil palabras, que aprendió el sainete bailaor, quien dio inicio a sus cuentos, quien aprendió momentos de emoción, y entendió las fantasías y realidades, de vivir la vida, tal vez en libertad, o quizás alrededor de una sociedad burda y fresca, al calor de su pasión...

Más adelante seguiré con algunas anécdotas, algunas historias, algunos cuentos, por esos caminos, por esas aventuras, de alegrías y tristezas, de sonrisas y de penas, algunas nuestras, y otras ajenas, pero que dejaron una huella, en mil caminos, por donde la vida nos lleva, buscando mil y un destinos, buscando ese algo llamado Amor...

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