lunes, 27 de junio de 2016

De Tentaciones al atardecer y Pasiones al anochecer - (Cap. VIII) - (4ta parte)




Capítulo VIII – Sortilegios y encuentros de un pasado, en un presente (IV parte) ...
 

Los atuendos de las jóvenes estaban siendo delicadamente ajustados en el taller, de acuerdo a lo establecido en el Palacio Imperial. Las joyas estaban en manos del discípulo del maestro, con la finalidad de afinar los últimos detalles, en cuanto ha pulido y correcciones, sobre esas imperfecciones apenas visibles en cada una de los accesorios. Todo debía estar perfecto. Esa era la tradición. La presentación formal ante los aspirantes para pedir la mano de las jóvenes, debía ser una ceremonia perfecta, bajo las costumbres de afianzar las alianzas familiares, y la perpetuidad de la monarquía del Imperio, eso era esencial y vital. Y los designios del amor y el romance, solo quedaban en un segundo plano, si fuese el caso. Las mujeres debían acatar las decisiones de sus hombres, y cumplir con las tradiciones culturales. Servir y atender sus hogares, criar a los hijos y descendientes, quienes serian los futuros monarcas, para así continuar el legado de sus antepasados y valores ancestrales. Sin embargo la Princesa no compartía esa parte de las tradiciones. Y menos luego de haber tenido ese encuentro mágico con ese joven, por quien plasmaba ya en sus pensamientos y alma, la idealización de un amor idílico, mágico y sublime, jamás concebido por nadie hasta ese momento...

El joven orfebre apenas lograba cerrar sus ojos para dormir. En su mente, su alma y corazón, desdibujaba lentamente los impactantes ojos de esa bella Princesa. No podía pensar en otra cosa. Al punto que en ocasiones, salía en altas horas de la noche, a caminar callado muy cerca del Palacio Imperial, evitando ser visto por los guardias, o por personas cercanas al Emperador. Siempre con la esperanza de ver a su amada, aunque fuese desde lejos, a través de alguna de las ventanas del Palacio. Su alma y corazón, le enviaba mensajes constantes, como el flujo de sangre circundante por su cuerpo. Su mente únicamente tenía dibujado el rostro de esa hermosa chica, su silueta, su figura, su mirada extrañamente adictiva, por quien hasta la vida él estaba dispuesto a dar, a cambio de esa felicidad que ella le proporcionaba con solo mirarlo. Era magia, era un volcán en erupción a punto de explotar, era la sensación de algo inexplicable, era el motivo jamás antes pensado o imaginado, era la tentación sobre lo prohibido, y era el momento de intentar absolutamente todo, por llevarla a un destino escrito e incierto, pero que estaba forjando en ese momento. Era simplemente ese amor puro, sincero y noble, surgido por un encuentro no forzado, no previsto, y no buscado. Quizás la conspiración del universo, los llevó a ambos a ese encuentro. Un encuentro que estaba encausado a convertirse en la historia jamás contada, de dos seres de condiciones diferentes, por quien en el transcurso de los años, de décadas, y de las sociedades futuras, sería la leyenda de un gran amor, que pasaría más allá de los siglos, y surgiría nuevamente en un tiempo perfecto, para su posible redención y culminación...

Habían transcurrido apenas tres días, desde esa última vez cuando ambos lograron de manera discreta, mirarse directo a los ojos. Era extraño, pero ambos sentían al mismo tiempo, las sensaciones de ausencia y de ansiedad al unísono. El maestro en el taller comenzó a notar que su discípulo y protegido, se aislaba a otro espacio, aun cuando físicamente estaba presente en el taller. A veces intentaba hablarle para distraerlo y regresarlo al presente, pero era como si el chico se transportase a otro lugar. Y solo tenía dedicación casi absoluta a los flamantes anillos de las serpientes. Una pieza única hasta ahora, solo hecha por un ser humilde, para un bello ser genuino. Jamás ambos llegarían  a imaginar la trascendencia de ese furtivo encuentro, sus consecuencias, y  los designios que les tenía preparado el universo...

Por otro lado la Princesa no era una chica extrovertida. Contrariamente, siempre fue muy reservada, obediente y cuidadosa, de una inteligencia algo sobresaliente, solo mostrada a su confidente amiga. Habían dos personas con las cuales a menudo confiaba ciertas cosas de su intimidad. Su prima y hermana, quizás por ser criadas juntas, contemporáneas, y por tener las mismas inquietudes, pero solo hasta ciertos aspectos. Y la otra era su devota y gran amiga y confidente, quien la ha cuidado desde muy pequeña, como su inseparable institutriz. Una mujer quien enviudo muy temprano, motivado a las guerras permanentes entre su pueblo. Su esposo, era un fiel guerrero, leal al actual Emperador, cuando en esos años, solo eran compañeros de batallas y de andanzas. Este fue muerto durante una emboscada, en esas incursiones por territorios, al intentar salvar la vida de su mejor amigo, el actual Emperador para ese momento. Luego de eso fatídico día, su gran amigo asumió cuidar de su única familia, la esposa que enviudó en ese momento. No dejaron hijos. Pero cuando la niña llegó al Palacio Imperial al asumir poder el Emperador, ella dedicó su vida integra al cuidado de esa pequeña Princesa. Entonces el Emperador accedió, así como su devota madre también, quién así lo hizo. Es parte de esa breve historia de una pequeña niña, quien por los misteriosos designios del universo, estuvo mágicamente protegida por un poder divino, más allá de la interpretación de los dioses y de las constelaciones, quienes rigieron las vicisitudes de esa civilización...

La Princesa y la Institutriz desarrollaron una relación muy intrínseca. A tal punto que cualquier aspecto vinculado con sus sentimientos, sueños y deseos, eran ampliamente conocidos por ella. Supo desde el principio, cuando pudo ver esas miradas cruzadas entre estos jóvenes, en ese encuentro fortuito en el Palacio Imperial, que estaba algo escrito en el destino de ambos. Eran esos misterios del universo. Una fiel devota a las creencias de un poder sobrenatural, de esos amores de ilusión, por quien ella amó y continua devota profundamente a su esposo, a pesar de su muerte. Ella cree que se encontrará nuevamente con él, en algún tiempo más allá de su comprensión. Esa era su confidente, su madre complementaria, y su gran amiga. La persona más cercana en su corta vida, quien compartía el significado del amor y del romance, fuera de las costumbres y tradiciones culturales de su civilización. Todo estaba conjugado, lentamente concatenado en el tiempo. La Princesa llegó a esta vida, para transformar su propia historia, la de su familia, la de su pueblo, y dejar como testigo omnipresente, algo que va más allá de cualquier otra interpretación. El amor se encargaría de su destino y de su propia historia...

Una noche de esas al escabullirse discretamente el joven desde su habitación, intentando ver a su doncella en la ventana del Palacio, y bajo una luna llena intensa en un cielo estrellado, escuchaba sutilmente el susurro del viento gélido. Él estaba agazapado y con frío en la penumbra, con su mirada perdida hacia la inmensidad del nocturnal, oraba y hablaba con los dioses, intentando aplacar su ansiedad y sentir a su alma gritar, por la necesidad de aunque fuese solo mirar a su noble Princesa, y saciar un poco esa sed, por estar a su lado y huir juntos lejos de este territorio...

La Princesa se encontraba algo inquieta, no lograba conciliar sueño. Todos dormitaban en Palacio, solo los guardias custodiaban las entradas y flancos del mismo. Sin embargo ella conocía perfectamente los lugares donde nadie podía sospechar de sus andanzas, salvo la institutriz, quien conocía muy bien sus travesuras desde muy niña. Pero ella se encontraba dormida en la habitación contigua. Entonces decidió hacer una de las suyas, y salió descalza de su habitación, sin ocasionar ruido alguno. Todo estaba en penumbra, solo por los pasillos principales, las antorchas iluminaban las áreas de transición mínimas. El piso todo construido con lajas de piedra y un mortero rojizo a base de arcilla, se encontraba bastante frío, dada las circunstancias del clima en esa época del año, muy a pesar de la cercanía del solsticio de verano, donde las noches se hacían más frías que de costumbre. Sin embargo se fue a su pequeña aventura por una corazonada del destino, sin saber lo que le estaba aguardando esa decisión, pero algo ella presentía, era su destino...

Mientras deambulaba muy sigilosa por los pasillos del Palacio, pudo ver desde uno de los patios al interior, una luna resplandeciente y una estrella fugaz pasar. Se detuvo momentáneamente, le miró desaparecer en la oscuridad de la noche, quedándose pensativa por unos segundos. De pronto sintió un susurro extraño a su espalda, volteo intempestivamente... Nadie estaba, su corazón latía a mil pulsos, sus pupilas se dilataron, y su ansiedad la estaba asfixiando, hasta que volvió a la calma. Miró a todos lados, percatándose que nadie la había estado acechando, tal vez ella pensó que eran sus mismos nervios, pero realmente no era así...

Y… de regreso al bosque, el cansancio por el transitar por toda el área cercana al lago y a través de la espesura de los árboles, esto lo agotó al punto que decidió juntar unas cuantas ramas de abetos, creando una especie de colchón natural. Las colocó sobre un área muy cerca del lago. Todo se mantenía en calma y un silencio muy natural, pensaba que podía ser cerca de la medianoche, y era necesario descansar. No había comido nada en más de cuarenta y ocho horas, salvo las grosellas encontradas en los matorrales, y el agua del mismo lago, para saciar un poco la sed. Mañana regresaría al kayak para retornar al otro lado del bosque, y regresar nuevamente a la ciudad. Había conseguido algo importante, una pieza tal vez invaluable, muy a pesar de los sortilegios y encuentros extraños con esa luz, quien lo ha traído hasta estos parajes. Miraba la joya detalladamente, y meditaba acerca de esa misteriosa mujer, quien deambulaba por el bosque, sin saber la razón, sin entender porque su repentina aparición, y si esto tenía que ver con la joya encontrada en el lago...

Pero la misteriosa mujer desde un lugar poco visible, lo acechaba sigilosamente, solo esperando por su dormitar, sabía que estaba cansado y que necesitaría caer en ese profundo sueño nuevamente, para acercarse tanto a él como lo ha hecho en los últimos años, y ahora más de lo que antes no pudo ser, intentando así ver de cerca su rostro. Aun fuese durmiendo y evitando cualquier ruido que le permitiese aun despertar. Todavía no era el momento. Era necesario todo lo que hacía, por fin el tiempo perfecto estaba por llegar a ella. Habían sido muchos, muchos los años a la espera por salir de su laberinto. Un cautiverio que ha sido a lo largo de muchos años, una dulce tortura, y una esperanza eterna para nuevamente volver a estar a su lado una vez más, y quizás en esta oportunidad, seria para siempre...

Cumpliendo así el presagio de la sabía profetiza, quien a lo largo de tantos años, la ha mantenido a ella, entre el mundo real y actual, y un mundo paralelo, espiritual y universal. No muerta, no viva, solo en espera de su ansiedad divina, en espera de su destino previsto, escrito en la piedra del montículo de sacrificios, en el templo religioso y extinto hoy día a la luz visible de los hombres, pero oculto aún entre la espesa y profunda selva montañosa. Fue en aquella noche del solsticio de verano, mucho antes de volverse todo nublado y confuso, a causa de esa cruel e inútil batalla improvisada por alterar el equilibrio reinante. Se propicio el caos y la ferviente lucha de poder entre su tío el Emperador, con el grupo más allegado a su entorno. Todo por ansias de poder, todo por apoderarse en ese momento del trono y del control del Imperio. Todo estaba escrito había dicho la profetiza a su Emperador, pero este se negó a creer en sus palabras...

Sin embargo la profetiza también previamente se había visto antes con las dos Princesas. Era parte de los rituales, era una costumbre religiosa el profetizar y ver los caminos de las futuras esposas, para así alertar de los peligros y de los demonios presentes, quienes de manera permanente, tentaban a los inocentes fieles a cruzar la línea entre el bien y el mal. Se reunió en privado con cada una de ellas. Las vio a los ojos y les dijo a cada una en secreto, algo que definiría sus vidas a partir de ese momento. Fue así como las jóvenes decidieron posteriormente para la presentación familiar, cambiar de atuendos, de joyas y de arreglos, con la excepción que la sobrina del monarca, mantendría la joya realizada para ella, “el anillo de las serpientes”, y sería esa única y especial pieza quien los mantendría unidos por siempre, a partir de ese instante...

Muy cerca estaba desvelar el misterio, y era el momento de preparar justamente  ese encuentro...

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