Comenzare esta continuación al
artículo anterior, en expresar y de acuerdo a un criterio muy personal, que
Dios lo llevamos todos dentro de nosotros mismos. Siempre, en momentos
buenos y en los no tan buenos. En la medida que nos encontramos con nosotros
mismos, en esa misma medida seguimos comprendiendo los infinitos aspectos de la
vida, que muchas veces no entendemos. Muchos de ellos se les adjudican nombres de
todo tipo, calificativos, personales, inocentes y hasta sublimes. Es nuestra
naturaleza, es como en la sociedad denominamos muchos acontecimientos y muchas
veces (tal vez en la mayoría de los casos), no entendemos realmente que Dios
está detrás de todo eso...
Cuando anhelamos o deseamos
alcanzar algo, con mucha insistencia, planificando la estrategia para ello,
calculando las probabilidades, manteniendo la vista puesta sobre el objetivo,
se inicia un trabajo arduo en el cerebro motivando a nuestras neuronas, a sacar
lo mejor de nosotros para encarrilar las acciones correspondientes, que nos
lleven a cumplir dicha meta o las metas correspondientes. De igual manera
nuestro corazón en ese instante aumento su ritmo cardíaco, cambia nuestro
estado anímico, a veces nos ruborizamos, nuestros sentidos entran en un estado
muy sensible como de alerta, muy pendiente de lo que pretendemos. Nuestro espíritu
está exaltado, hay un aura positiva y un no sé qué diciéndonos en el fondo “ahora
si lo voy a conseguir”. Así lo he sentido, así lo he vivido y así muchas cosas
las he logrado conseguir y alcanzar...
Sin embargo luego de mucho tiempo
y agradeciendo el haber alcanzado esos anhelos, esos deseos, independientemente
que sean materiales, sentimentales, espirituales y hasta por apoyar causas justificadas,
es que terminamos de entender que en el fondo de todas esas cosas, es el mismísimo
Dios quien a través de nuestros pensamientos, corazonadas, instintos y
acciones, nos da la fuerza, la fe, la esperanza y la voluntad interior, para
que las alcancemos. Algunas se logran, se mantienen o duran mientras están
presentes. Otras a pesar de haberlas logrado, en algunos casos se pierden en el
tiempo, mas allá de ese deseo de alcanzarlas. Tal vez no porque no quisiéramos conservarlas,
tal vez no porque pudiésemos haber perdido el interés, sino al decepcionarnos de
ciertos aspectos congruentes. Simplemente porque creo que al cerrarse una
puerta sin entender la razón, mas adelante otra puerta nueva se abrirá, ofreciéndonos
algo más sorprendente, que esa que habíamos abierto anteriormente...
Dios definitivamente nos obliga a
mirar, sentir, percibir, intuir, disfrutar, triunfar, fracasar y hasta lamentar,
muchísimos aspectos de nuestras vidas. Solo para que entendamos en el tiempo
que transitamos por nuestro camino, que todos los sacrificios y los avatares a
los que nos vemos expuestos, durante el transcurso de nuestro camino por la
vida, podamos apreciar, valorar, aprender y confiar en nosotros mismos y en
Dios...
Día a día suceden un sinfín de
acontecimientos a cada uno de nosotros, tal vez algunos a los que consideramos muy
oportunos, interesantes y hasta pre-concebidos por nuestra naturaleza de
sentido común. Pero hay otros aspectos que muchas veces pasan casi que
inadvertidos, casi que ligeramente rápidos, sin mucho sentido de conciencia,
que en el fondo de todo y luego de cierto tiempo, es que rememoramos y nos
preguntamos “será que esto desde el principio era una causa perdida”. Tal vez
si, tal vez nos había pasado un flash fugaz alertándonos que eso no se debía
intentar, no se debía buscar, o no lo debíamos tratar de alcanzar. Eso pasa,
eso sucede y eso cada uno de nosotros lo hemos vivido de diferentes formas y
maneras. Algunos sencillamente lo toman como algo muy normal y otros lo tomamos
como algo que fue importante. No importa realmente la trascendencia, eso queda
al criterio de cada uno. El punto es que Dios también nos alerta, nos avisa,
nos da tips, nos orienta sobre infinidad de aspectos y muchas veces le hacemos más
caso a los agentes externos, que a nuestra intuición o al mensaje subliminal y
espiritual que Dios nos ofrece...
Definitivamente Dios está dentro
de cada uno de nosotros. De formas misteriosas se manifiesta. Encuentra los
canales adecuados para que entendamos que siempre estará presente, sobre
nuestras decisiones, no importa cuales, como, porque y donde sean que se
realicen. No importa si son las adecuadas o las que propiciaran que fallemos. Esa
es la naturaleza de la imperfección, esa es la naturaleza de la vida, esa es la
naturaleza que nos permite crecer, vivir, experimentar, aprender de los
aciertos y de los fracasos, la que nos lleva definitivamente a reflexionar,
comprender y entender que debemos creer en Dios, tanto como creemos en nosotros
mismos y en los mil y un intentos de continuar tratando de tener una mejor
vida, mientras dure…
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