martes, 15 de septiembre de 2015

Un breve cuento del Ángel Alhaayt - Capitulo 9 – Renacer…



El amanecer ya pronto despuntaría a través de una sutil luz, vista en los albores de las dunas, al este, donde se unen los mortales con la platea espiritual del universo. Prontamente el calor sobre las áridas arenas, obligaría a todos armar nuevamente las alforjas, recoger las tiendas y provisiones, para nuevamente continuar cada quien su ruta...

Los beduinos estaban ya por partir, rumbo al sur. El jefe del grupo, un hombre de una serenidad inagotable, pero mortalmente peligroso, decidió cambiar la ruta al despertar. Había algo le decía acerca de un encuentro fortuito, el cual debía evitar a todo costo. Un hombre profundamente devoto de Alá y el Corán, muy a pesar de estar consciente él, de su naturaleza delictiva, no contradeciría las señales y los sueños espirituales, acerca de los peligros en las extensas arenas del desierto...

Mientras en el otro lado de las dunas, cabalgaban a toda prisa el grupo de El Príncipe y El Mercader, rumbo a un encuentro insospechado, pero terriblemente inevitable. Esa mañana El Príncipe había despertado más temprano de lo habitual. Necesitaba aislarse unos minutos. Miró a las últimas estrellas a lo lejos del firmamento, logro ver pasar una estela de una fugaz estrella, perdiéndose al horizonte, justo a la salida del radiante sol del desierto, que ya mostraba los primeros rayos de luz. Bendijo bajo sus costumbres y comenzó a despertar a los miembros de su grupo. Había tomado una decisión...

Alhaayt despertó en otro lugar algo distante, cerca de una tienda de mercadería y a los pies de un alazán majestuoso, quien lo inducia a levantarse prontamente. No sabía que hacía en ese lugar. No tenía la menor noción de su aparición ahí. No recordaba casi nada. Pero algo le decía que tenía que levantarse, montar ese caballo y cabalgar a algún lugar. Trataba de recordar quién era, antes de despertar, pero no sabía quién era y como llegó ahí. No había rastro de recuerdo alguno. Comenzaba así una nueva oportunidad de vida, un desconocido despertar, para un ángel convertido en hombre, convertido en un simple mortal, vuelto a renacer desde las sombras, desde la oscura noche en el desierto, desde una añoranza y un deseo sublime de encontrarse, tal vez con un pasado remoto, tal vez con un presente inevitable y solo tal vez, con un futuro incierto y esperanzador...

Alanna-Zuhi y su hermana, cabalgaban juntas una yegua dócil, robusta y de buena estirpe. No era el mismo animal de los días anteriores. Esta era mucho más fuerte. Tal vez la decisión de cambiarles el animal, era por el peso de ambas, y por la posible larga jornada a la que todos estarían expuestos el día de hoy. El grupo había partido muy temprano, justo al alba. El jefe del grupo cabalgaba al frente, junto a su más cercano y fiel servidor. Ningún otro miembro hacia comentario alguno, custodiaban el grupo con celo y alerta, ante cualquier eventualidad. Todos sabían que sobre las arenas, cualquier sorpresa, podía significar la vida o la muerte...

A lo lejos y en lo más alto del cielo, volvía a aparecer el ave. Una harpía de extensas alas, quién chillaba muy fuerte, emitiendo un extraño sonido, haciendo eco a lo largo de las arenas, y de alguna manera debía ser interpretado como una señal direccionada. Eventualmente volaba en círculos, bajaba en picada y volvía a subir a lo alto del cielo azul, cual cometa fugaz, anunciando un acontecimiento inesperado del universo...

Alhaayt logró montar el alazán, bravío, corpulento, alto, de pelaje negro, con largos crines y una cola que rozaba el piso. El animal se comportaba con él, como si fuese su inseparable dueño y amigo. El caballo salió del área tal cual animal de estirpe, luciendo su extraordinario porte. Todos los transeúntes admiraban al animal, pero también reverenciaban a Alhhayt. Y realmente él no sabía porque, ni aún quién era. Como tampoco porque tanto respeto hacia él. Pero nadie se le acercaba, así como él no se atrevía a preguntar nada. Solo dejaba que todo fluyera naturalmente, decía Alhaayt en sus pensamientos – ahora recordare, solo debo esperar despejar mi mente. Partieron a rumbo desconocido. El alazán parecía saber el camino...

En la caravana del Príncipe y del Mercader, habían cabalgado algunas extensas leguas, sobre las estériles arenas del desierto. El calor y el radiante sol, a veces era muy insoportable, pero el deseo y voluntad de dar caza a los beduinos, sobrepasaba cualquier sufrimiento ante el ferviente ardor, sobre los cuerpos protegidos con las amplias y largas túnicas de algodón, permitiendo soportar el calor sin deshidratarse. A pesar del hambre a veces agobiante y la sed en la extenuada cabalgata, la caravana mantenía el paso, comían solo lo necesario y distribuían el agua de forma equitativa y medida. Sabían que las provisiones podían mantenerlos cerca de 7 días, pero no más...

Estaban cerca del ocaso y la caravana de los beduinos, asumían se habían alejado lo suficiente de la ruta inicial, para así despistar cualquier persecución a su grupo. Y eso realmente estaba lejos de la verdad. El jefe le participo a su segundo, hacer la parada correspondiente al avistar un pequeño oasis que estaba en la ruta del grupo. Tal vez una media hora más de extenuante camino. La hermana de Alanna-Zuhi se encontraba literalmente agotada, con cierta deshidratación, en vista de no estar ellas preparadas para estas situaciones. Sin embargo su hermana mayor trataba de darle fuerzas y ánimo. Ella presentía que prontamente habría un desenlace. Ella veía a lo lejos del cielo, el ave volando en círculos, justamente en la dirección del oasis y ella lo interpretaba como una señal, una buena señal. Sus creencias y su fe, jamás la doblegarían, más allá de la situación de ella y su querida y atormantada hermana...

El bravío corcel al que montaba Alhaayt, apresuraba el paso a medida que el atardecer caía, aún quedaba claridad suficiente para avanzar más, y muy a pesar de lo extenuado que se sentían ambos, parecía que las energías de sus organismos, recargaran fuerzas. El ahora terrenal chico, convertido en todo un hombre, presentía que estaba en los albores de una hazaña, de un encuentro inexplicable y de una encrucijada, en la cual su destino ya estaba escrito. Sin embargo y buscando respuestas muy dentro de su corazón y espíritu, seguía aturdido referente a quien era, donde estaba y hacia donde iba. Extrañamente y de manera intuitiva dejaba fluir energías que lo impulsaban a continuar, sin preguntar, sin dudar y sin condicionarse a sí mismo, acerca de las razones que lo llevan a alguna parte...

El Mercader continuaba la jornada con valentía y dignidad, a pesar de que sus condiciones no eran las mismas de su juventud. Era un aspecto que El Príncipe admiraba y respetaba, al punto, que él sentía que era su primer compromiso digno como hombre, como miembro de una familia proveniente de una antigua estirpe. A veces parecía que su ahora amigo El Mercader, desfallecería, pero al verse a los ojos mutuamente en la cabalgata, el señor de las hermosas mujeres, tomaba mas aliento, mas energías, mas vitalidad y le transmitía al Príncipe sin emitir palabra alguna – “Continuemos, que aun estoy más vivo que nunca”. Y eso precisamente, era más digno de enaltecer...

El oasis se encontraba aislado a un lado de la ruta y bajo una hondonada sobre las extenuantes dunas. Un lugar relativamente pequeño, tal vez acogedor en el medio de tanta aridez. Un manantial de agua profunda, se encontraba a través de un pozo de piedra, construido cientos de años atrás. Sobre esta pequeña cuenca semi-oculta, y entre las arenas, estaba este punto de vida verde y colorida, llena de palmeras, dátiles, y algunas otras plantas extrañas, pero llenas de vida. Presencia de algunas rocas, con formas extrañas, dando la sensación de una fortificación. Algunos animales e insectos complementaban este pequeño mundo de vida y contradicciones...

Y la caravana de los beduinos, logró alcanzar el oasis a las primeras horas del anochecer. Descargaron las provisiones y las cargas que traían los animales, les dieron de beber y los alimentaron. Luego armaron las tiendas provisionales, y había un signo de agotamiento en casi todos, con mayor intensidad en las dos hermosas mujeres. Colocaron tres vigías, a custodiar el oasis y las tiendas. La noche se encontraba en silencio, iluminada por un manto de estrellas refulgentes. La luna en cuarto creciente, apenas mostrando una pequeña parte de su imponente redondez. Alanna-Zuhi estaba muy agotada, pero sentía en su alma y corazón, que debía estar atenta. Ella presentía que algo sucedería en ese lugar y usualmente sus instintos no se equivocaban. Su hermana luego de comer, quedó extenuada y a dormir quedó. Ya no tenía ganas de llorar, solo dormir para luego despertar de la pesadilla, que hasta ahora ambas han tenido. Pero todo pronto se develaría...

Alhhayt continuaba su marcha, montando ese hermoso y bravío corcel negro, bajo una extraordinaria noche fulgurante, cabalgando ambos con altivez y mucha seguridad, sobre las densas y áridas arenas. Daba la sensación de parecer un legendario Príncipe de las Dunas, en busca de sus tropas para la batalla final. Su corazón cada vez latía más rápido, presentía llegaría prontamente a su destino, a un inesperado encuentro con la vida, con la muerte, con la eternidad, sin saber siquiera el porqué, ni donde, o como llegó a esas circunstancias. Continuaba sin recordar absolutamente nada, pero no había temor, ni dolor, menos dudas, acerca de esa ruta hacia lo desconocido. Y pronto su encuentro con lo inesperado, tal vez, solo tal vez, podría traerle las respuestas que esperaba...

El Príncipe envió adelante a dos de sus mejores rastreros del desierto. Estaba seguro en ir sobre la ruta correcta, sin embargo también estaba consciente, que debían encontrar la manera de tomar por sorpresa a los forajidos beduinos, a esos traficantes de hermosas mujeres del desierto. Todo eso tenían que realizarlo con estrategia y en el silencio más absoluto de la noche, si era posible. Aún con el cansancio acumulado de la extenuada cabalgata, el Mercader sentía la necesidad de sacar fuerzas, desde lo más profundo de su ser interior. Sus hijas siempre fueron lo más importante en su núcleo familiar, y si debía dar la vida por rescatarlas y que estuviesen a salvo, lo haría sin pensarlo, sin remordimiento y con la fe puesta en sus creencias y en Dios...

Uno de los vigías destacado, se plantó a lo alto de una de las rocas de un pequeño promontorio, con la finalidad de poder visualizar el acceso desde el Sur. El otro se destaco sobre la ruta de los viajeros, pudiendo avisar desde su puesto, al vigía de las tiendas. Y el último vigía, estaba apostado en la zona Nor-Este del oasis, para así cubrir los flancos más débiles del entorno. El jefe del grupo se sentía inquieto, pero el cansancio del viaje lo venció definitivamente y cayó rendido luego de comer y beber. Ahora solo la noche debía continuar hacia lo inesperado...

Los dos jinetes enviados por El Príncipe, avistaron desde lejos y pasada la media noche, al vigía apostado sobre la ruta. Con mucha cautela se separaron, para establecer una especie de perímetro, y de esta manera poder visualizar las tiendas y detectar los otros vigías. Lograron ver los caballos y algunos camellos, descansando cerca de unas nutridas palmeras datileras. Una vez avistado a todos los vigías, y evaluar la situación, decidieron regresar rápidamente sobre la ruta, para avisarle al Príncipe, el paradero de estos beduinos, quienes asumían ellos, eran los raptores de las hijas del Mercader. El plan de rescate había comenzado con la ubicación del grupo...

Muy a pesar de las eventualidades, las circunstancias y las pruebas a las que viven los mortales expuestos, lo importante, lo relevante y lo necesario, es dar la cara, afrontar las penas y angustias, y encontrar el mejor camino, para superar las vicisitudes...

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