sábado, 4 de julio de 2015

Los momentos inesperados…



Tal vez cuando menos lo esperamos nos sorprende. Tal vez por la ansiedad y anhelo en nuestro interior, se presenta, pero no fue lo esperado. Tal vez lo dejamos pasar por alto, simplemente por no verlo. Tal vez llegó, nos dio una bofetada, nos sacudió y sin embargo no llegamos a sentirlo o percibirlo. Tal vez una señal de esas que a veces llamamos divinas, lo anuncio, pero estábamos tan ofuscados a una eventualidad externa, que nos dejó. Tal vez nunca imaginamos que pudiera ser posible, y llegó sin aviso, sin sorpresa, sin entenderlo, comprenderlo o asimilarlo. Tal vez era como decía un aclamado y respetado escritor latinoamericano, “Crónica de una Muerte Anunciada”, pero con todo eso, era tal la insistencia que estamos dispuestos a morir con las botas puestas luchando...

A veces las cosas suceden por alguna razón implícita, por alguna razón natural, por alguna razón espiritual. Nada absolutamente sucede sin razón alguna, aún cuando en esos momentos, e incluso tiempo después, no logremos comprenderlo, pero realmente es así. El Creador tal vez sea el único que sabe porque suceden esas eventualidades, sin embargo en el plano terrenal jamás podremos comprenderlo. Muchos de nosotros acudimos, nos refugiamos, tenemos la esperanza de una intervención a veces divina, a veces muy espiritual y muchas veces de que Dios nos dará en su momento oportuno, la razón, la solución, la respuesta, pero definitivamente no es así. El Creador no interviene, no resuelve, ni tampoco bajará, se aparecerá y nos dirá que hacer. Ese no es su trabajo. Hasta que no entendamos y comprendamos que es un ser espiritual magnánimo y generoso, que nos guía, nos ilumina, nos orienta y nos llena de inmensa fe, esperanza, amor y comprensión, pues no será de otra forma. Nos da las señales para que seamos nosotros los que tomemos el camino adecuado, las decisiones idóneas o inequívocas, según sea el caso. Nuestra actitud y nuestra conducta determinan como asumimos esos momentos, y de esta manera afrontamos todo aquello que nos dé una razón para ello, para continuar, para arriesgar, para intentar o para dejarlo. Por todo aquello que nos impulsa y nos determina a vivir y a experimentar esas vivencias, y esos momentos...

Todos tenemos esos momentos inesperados, a veces sorprendentes, alegres o tristes tal vez. Todos en algún momento de nuestras vidas tenemos esos momentos a veces oportunos y a veces inoportunos. Todo muchas veces sucede en un preciso y específico momento. Se vive, se siente, se percibe, se intuye en un momento del tiempo, en un segundo, en un instante. Luego de ello tal vez sentimos o percibimos situaciones parecidas o similares, pero jamás las mismas. Tenemos momentos naturales y muy humanos. También tenemos esos momentos que llamaría espirituales y ciertas veces con un nivel de sensibilidad que escapa a nuestra comprensión. Nos pueden dar ganas de sonreír y alegrar nuestra vida. También nos pueden dar ganas de llorar y sentirnos tristes. Nos puede generar una sorpresa de tal magnitud, que reaccionamos de una forma inusual o hasta dejarnos mudos, en shock, paralizados. Somos bastantes vulnerables a cualquier reacción, más allá de nuestras personalidades, de nuestras conductas, e incluso de nuestras frialdades ante ciertos aspectos de la vida, porque así también existimos y nos conducimos muchas veces...

Somos producto de nuestra cultura, de nuestras costumbres, de nuestra sociedad, de nuestra formación y educación, de nuestras verdades y de nuestras mentiras. No somos dueños ni amos de la verdad, no la tenemos, no la conocemos, no la poseemos. Simplemente en nuestro paso por ella, asumimos y decidimos, sea por una buena razón o por un inequívoco argumento, poseedores de nuestra apreciación. A veces acertamos y muchas veces nos equivocamos. Sean en esos momentos inesperados, o en aquellos momentos que propiciamos, para bien o para mal. Estamos poco tiempo y de paso. No lo sabemos al llegar, no lo entendemos mientras crecemos y nos formamos, no lo comprendemos al ser adultos, y muchas veces creemos que estamos ahí sin saber que estamos prestados en un tiempo determinado...

Mientras podamos vivirlo, disfrutarlo, sentirlo, verlo, percibirlo, intuirlo, amarlo, quererlo, compartirlo, entregarlo, obsequiarlo y cualquier otra reacción o actitud, ante todos los momentos inesperados, sencillamente todos esos momentos alegres, tristes, armoniosos, sublimes, extraordinarios, contradictorios, esperanzadores, comprensivos, sensitivos, temerosos y hasta tentadores, hemos de permitir que la naturaleza humana, nuestro ser espiritual, el universo y Dios mismo, seamos y sea testigo de que siempre estaremos expuestos y nunca preparados para lo inesperado, para todo aquello que no veamos venir, sentir o intuir. Creemos a veces estar preparados, pero no es cierto. Hemos de dejar que fluya en el tiempo y esos momentos que llegaran, tarde o temprano. Sabemos que “el tiempo de Dios es perfecto”. El nuestro no lo es, porque en el plano terrenal, nuestro mundo no es ni será perfecto jamás...

Es una apreciación y una manifestación que llegó en un momento. Alguna razón ha de existir para que pudiera expresarlo de esta manera. Evito hoy día tratar de entenderlo, simplemente dejo que fluya, dejo que llegue y dejo que salga de la mente, del entendimiento racional, del espíritu mismo, hasta del corazón, como una señal o tal vez como una manera de soltar a través de estos medios hoy disponibles, que algunos percibimos nuestros momentos de esta manera. Muy a pesar que luego de tantos y tantos intentos por comprenderlos y hasta por entenderlos, llegamos y preferimos dejar que sea expuesta una humilde apreciación de esos “Momentos Inesperados”...

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