Capítulo I – A
mar abierto, al cielo eterno…
Dubitativo y pensativo, a media
tarde caminando descalzo, sobre las densas y cálidas arenas de una playa,
escuchaba el constante y sublime oleaje del mar, sintiendo la brisa marina
sobre su rostro y su cuerpo, bajo la intensidad de un sol entrando a su ocaso
natural. Solo, ante la inmensidad del mar, únicamente sentía ansiedades y
deseos, sensaciones de encontrar, como saciar el llamado de su alma, a expensas
de la naturaleza misma, en una costa de una playa tropical...
Bajo un cielo totalmente azulado,
veía algunas gaviotas revolotear, pasando a buscar su refugio quizás, y dos
pelicanos rozaban la superficie del mar, tal vez buscando su carnada, para
simplemente alimentar, como instinto de supervivencia animal. Sin embargo sus
pensamientos estaban por entrar, a un mundo de placer y deseo a flor de piel,
bajo la intimidad del nocturnal, quien estaba a unas horas de llegar...
La marea tendía a apaciguar
prontamente su intensidad. El ocaso del sol tropical, marcaba poco a poco su
tono rojizo al horizonte, confundiéndose con el cielo eterno, junto a la bruma
del amplio mar tropical. Entonces decide sentarse él, sobre las cálidas arenas
de esa playa, meditando, aspirando y exhalando, pero no por cansancio, sino por
ganas de suspirar, ante todo el infinito universo, simplemente por ansias de
quizás amar, y de sentirse abiertamente amado...
En la más absoluta soledad y ante
la presencia del mar, mira hacia un lado, luego voltea y mira al otro, solo ve las
arenas, las palmeras bailar, y un cielo abierto, con los vientos que quedan,
luego de la faena de un día ardiente, sobre la costa de su playa tropical. Absorto
en sus ansiedades, únicamente esperando el ocaso del sol, quién se perdía al
horizonte, devorado por la saciedad de un apacible y misterioso mar. Su alma anhela
comenzar, quizás a navegar, hacia las profundidades de los deseos intrínsecos,
de un imaginario amor, quién lo impulsa a soñar, a la orilla de este inmenso mar…
De repente, a lo lejos, sobre un
costado de la playa, logra ver una silueta femenina, una cabellera oscura, quién
viene bailando al ritmo del sonido del viento, contoneando sus caderas, al son
de melodías que comienzan con el viento, con las olas, las palmeras, y el
silbido natural, de una noche quien está a punto de comenzar...
Una hermosa y delicada hembra, simplemente
a la orilla del mar. Vestida con una tela de seda negra, danzaba descalza sobre
las cálidas arenas, con su hermosa cabellera suelta de color negro azabache. Un
collar de perlas brilla entre la bifurcación de sus hermosos pechos, muy bien
contorneados y delicadamente sensuales, rematan sobre la seda negra, la perfección
de unos pezones endurecidos, como pidiendo ser complacidos, con la delicada
miel, de un boca no más...
De ojos y mirada penetrante, de
señales alegres y llamativas, de labios rojos fulgurantes y de una sonrisa
contagiante, tal cual serpiente quien se desliza suavemente, hasta alcanzar
totalmente su atención, logra mantenerlo embelesado, en vela, sin perder un ápice
de su sensualidad, con su dulce contoneo de cuerpo perfecto, danzando a la melodía
de un amor, quien está solo a un paso de comenzar, el más bello interludio, de
un romance a la orilla del mar…
Y simplemente él en sus
pensamientos pregunta ¿Universo infinito, a quien enviaste a saciar mi apetito
de amar? Ella solo continuaba danzando, con su hermoso cuerpo escultural,
delicado y sensual, a su alrededor, insinuando sus partes intimas, como una
forma sublime de entrar, en ese juego misterioso, quizás de amar y ser amada,
tal vez de deseos y ansias de amor sublime, hasta alcanzar el éxtasis, a la
orilla de un playa, en esas noches de misterios y encantos, de un romance
tropical...
Insinuaciones van y vienen, besos
se dan sin contemplar, suspiros, venenos, sudores, palpitaciones, ansiedades,
contoneos, danza y erotismo sin parar, desnudos de placer, adosados a una sola
piel, rozando cada parte de ella, cada parte de él, sin inhibiciones, dulce
miel entra de un boca, se desliza hacia la otra, sin hablar, quizás sin
escuchar, solo sintiendo a través de su piel, dos corazones a punto de
explotar. Dos almas y dos espíritus, que no tienen tiempo de mirar atrás, que solo
dejan a sus instintos navegar, entre las aguas profundas, de un amor y un deseo
carnal...
Él baja a su vientre, dulcemente
la besa, lame su ser, una y mil veces más. Agarra sus pechos, roza y pellizca sus
pezones, delicadamente con sus dedos hasta lograr, sin dejarla respirar por un
rato, sin dejar ella de jadear. Ella solo inclina su torso, una vez, otra vez,
sus manos toman la arena, de tanta ansiedad que siente, de tanto placer sin
parar. De una mujer que está en su clímax de sensualidad y ardiente contornear,
comienza ella ahora, a explorar y descubrir las ansias de su hombre quizás...
Montada ella sobre su cuerpo,
baila al ritmo ligero, de una sensualidad exuberante, de fulgurante llama ardiente
de amor flotante, sobre su pecho desliza tiernamente sus manos, y delicadamente
penetra sus dedos sobre la piel, de un hombre incontrolable, quien pide al
cielo eterno, no dejes que me canse, no dejes que me duerma, no me despiertes
de este sueño frenético, de un amor quien a punto de explotar, gime de ansias,
jadea de deseos, con hambre de sexo, con apetito de anhelos, con momentos incontenibles
de sensaciones, como nunca antes lo pudo imaginar...
El penetra dentro de ella. Ella
se inserta en su ser. Ambos se integran a la melodía de un amor sublime, desnudos
en la playa, a la orilla del mar, con solo un testigo presente, un universo
inclemente, quien mira al amor, quien observa un romance, quien deja que sus
sueños vuelen, naveguen, surcan las estrellas, quien como un gran cometa, deja
la estela pasar, como una marca sobre las arenas, en un territorio sellado con
amor, con sexo salvaje quizás, donde las palabras sobran, donde las miradas lo
dicen todo, donde los gemidos son los augurios, de un clímax tropical, quien
está en su punto, de alcanzar la gloria de amor en ese altar...
Ella con su hermosa cabellera
suelta, gime fuerte de placer sobre él, con frenética pasión, mira al cielo y
grita por ese amor, contorneando su torso hacia atrás. Sabe que él está cerca
de sembrar en ella, el secreto mejor guardado de un amor misterioso y audaz. Él
no quiere que termine el interludio, e intenta prolongar lo más ardientemente
posible, sus deseos de amar. La mira sin descanso, la desea tanto, que al son
del ritmo del oleaje del mar, sus jadeos de ansias de sexo y amor, sedientos de
corazones abiertos al mar, alcanza sus pechos perfectos, y con sus manos
intenta seducir aun más, todo su cuerpo perfecto de sensualidad y veneno, de un
amor sublime quizás...
Más allá de la medianoche y a la
luz de las estrellas, ambos logran ver al mismo tiempo, una estrella fugaz
pasar. Se miran, se besan, se aman, se tocan, seducen con sus bocas, penetrados
y endulzados con la miel del deseo, alcanzan finalmente, saciar su apetito de
amar. Logran dejar en cada uno de ellos, su sello de amor imborrable. Su
testigo de un hecho natural, su dulce miel blanca, como suave y dulce melaza,
que no dejan de sus cuerpos soltar. Se miran tiernamente, se besan finalmente,
cumpliendo un ritual de romance frente al mar. Él mira sus pechos perfectos y
no desea se vaya jamás. Ella mira su tierno rostro, penetrando a través de sus
ojos, hasta el rincón de su alma tal vez, simplemente para decirle muy adentro,
es hora de partir quizás...
Deciden dormitar juntos, y
abrazados sobre la arena por un rato más, sintiendo sus cuerpos por última vez
quizás. Él la abraza tiernamente, la besa a su cuello, también a su espalda,
inhala su aroma, a través de su cabellera. Le toma los senos por detrás, para
no dejarla mover de su regazo, sin pedirle o decirle, ni una palabra de más. No
hay dialogo, solamente sentimientos, ternura, romance, bondad, amor platónico fugaz,
de una noche misteriosa, seductora y sublime frente al mar, dejando volar sus
pensamientos y entregado simplemente, a adorarla por siempre hasta la eternidad...
En los albores de un nuevo
amanecer es despertado por el graznido de una gaviota, quien pasa muy cerca de
la orilla del mar. Mira a todos lados, se levanta intempestivamente. Mira a un
lado de la playa. Mira al otro. Nada. Solo el mar es testigo presencial, junto
a un cielo eterno estrellado. No hay rastros de su hermosa dama de la orilla
del mar. Solo quedó el collar de perlas sobre la arena, como recuerdo de un
amor sublime y fenomenal, quien en sus recuerdos ha de permanecer, hasta más
allá de las mil y una eternidad, como un sueño de tentaciones y deseos, que se
hizo realidad, en una noche extraordinaria, en la más absoluta soledad, a la
orilla de una maravilloso mar, con la venia de un universo, quien lo ha
complacido en sus ansias de amar, de ser amado y bendecido, por una misteriosa
mujer, quien llegó de la nada, quien se fue sin dejar rastro, quien dejo en su
alma, un maravilloso encuentro, de un amor y un romance, en una hermosa playa,
de una costa extraordinaria, en esta tierra increíble de un país tropical...
A la espera del siguiente atardecer, y de una noche de pasión otra vez...
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